jueves, 26 de marzo de 2015


Perla Ducach y Carlos Tabbia

(La idea de este trabajo surgió de las observaciones recogidas de nuestros pacientes, especialmente aquellos que presentaban una problemática sadomasoquista. En ellos se apreciaba una particular concepción del mundo y un controvertido sistema de valores.
The values system of sado-masochism: the fascination for power, revenge and survival. The idea for this work came from observing our patients, especially those who presented sado-masochistic problems. We noted in these patients a particular concept of the world and a controversial system of values.)
“Uno no puede apartar de sí la impresión de que los seres humanos suelen aplicar falsos raseros; poder, éxito y riqueza es lo que pretenden para sí y lo que admiran en otros, menospreciando los verdaderos valores de la vida.”
Freud (1930 [1929] )

En este trabajo presentaremos en progresivas descripciones el estado emocional del sujeto atrapado en una visión del mundo sadomasoquista. Una sucinta introducción teórica servirá para establecer el marco dentro del cual presentaremos el sistema de valores del sadomasoquismo.
Freud afirma en Tres Ensayos de Teoría Sexual (1905) que la sexualidad humana es un fenómeno complejo; considera que hay muchas formas de tránsito entre la sexualidad normal y la perversa, ya que ambas tienen una fuente común que es la sexualidad infantil. El rasgo más importante y sorprendente de la sexualidad infantil es el hecho de que está dirigida hacia los padres, lo cual significa que el Complejo de Edipo ocupa un lugar central en este descubrimiento.
En Pulsiones y destinos de pulsión (1915), el masoquismo se explica a través del modelo energético pulsional. Las cualidades de las pulsiones se presentan en pares: actividad-pasividad, sadismo-masoquismo, etc. y así, mediante la transformación en lo contrario, la pulsión sádica puede mudarse en masoquista. Posteriormente en el trabajo Sobre las trasposiciones de la pulsión, en particular del erotismo anal (1917), vemos
* Publicado en: Más allá del Principio del Placer. Sobre el masoquismo, el desinvestimiento y la destructividad. GRADIVA, Barcelona, 2003, pp. 54-61 con el título “Sistemas de valores del sadomasoquismo. La fascinación por el poder, la ley de Talión y la supervivencia”.
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un abandono del principio energético en beneficio del manejo del sentido y significación en la fantasía de la relación del ano y recto con la materia fecal.
El enfoque del sadomasoquismo cambia radicalmente en Pegan a un niño (1919). Freud investiga en este trabajo las transformaciones de esta fantasía y se interroga acerca del significado de la misma. Surge entonces la relación entre la fantasía y el masoquismo, el “niño que está siendo golpeado” no es otro que el paciente mismo o, dicho de otro modo: donde encontremos masoquismo también se habrá de encontrar la fantasía de que “un niño está siendo azotado”. La transformación de esta fantasía atraviesa varios estadios comenzando por: “están pegando a un niño”, hasta culminar en: “soy amado por mi padre porque me está golpeando”.
Meltzer reúne estas fantasías con las proposiciones expuestas por Freud en el caso del Hombre de los Lobos a propósito del acto de copulación con un niño que se encuentra dentro del cuerpo de la madre; así, el masoquismo transitaría entre las siguientes premisas: en lugar de “mi padre copulando con aquel niño” o “mi padre golpeando a aquel niño”; concluiría en: ”yo soy aquel niño y estoy siendo copulado por mi padre dentro de mi madre de forma tan dolorosa porque me ama”. (Meltzer, 1990)
En Más allá del principio del placer (1920) Freud incorpora un lugar para la destructividad primaria como fuerza pulsional que incluye la crueldad, la violencia, el sadomasoquismo y la perversidad. El problema económico del masoquismo (1924) parte de la teoría de las dos pulsiones. La pulsión de vida o Eros orienta a la pulsión de muerte hacia el exterior con la ayuda del sistema muscular. El sadismo será un derivado de la pulsión de muerte modificado por obra de la libido. Otra parte de la pulsión de muerte no se vuelca hacia el exterior y persiste fijada libidinosamente para constituir el masoquismo primitivo erógeno que puede reforzarse por una nueva vuelta del sadismo hacia dentro, conformando el masoquismo secundario.
Melanie Klein, en su trabajo fundamentalmente con niños, centraba su atención en las relaciones de amor y odio, en primer término vinculadas a la madre y posteriormente al padre. También estudiaba los modos en que la incertidumbre acerca de la bondad o maldad de estos objetos generaban ansiedad.
El proceso descrito como escisión e idealización, que Klein sitúa en los primeros meses de vida, sienta las bases para la diferenciación entre bueno y malo y, por tanto, las categorías éticas de lo bueno y de lo malo en el self y en los objetos.
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Klein propone la relación del yo con el superyó como el fundamento del valor y a partir de la descripción de las relaciones de objeto en el mundo interno establece dos sistemas diferentes de valores: los de la posición esquizoparanoide y los de la posición depresiva.
La posición esquizoparanoide se rige por un sistema de valores que gobierna las relaciones entre el self y los objetos internos en sus formas más primitivas; el self se preocupa sobre todo por su salvación, su propio bienestar, seguridad, etc. La posición depresiva representa un gran cambio con respecto a los valores, en la medida en que el self se interesa en primer término por el bienestar del objeto.
Los pacientes en los que la escisión e idealización primaria es inadecuada, el masoquismo se les manifiesta fácilmente, ya que no pueden distinguir entre bueno y malo. Tienen dificultad para diferenciar un dolor causado por un objeto malo, de aquel que puede derivar de un objeto bueno; la distinción es precaria o muy confusa.
Meltzer piensa que Klein en sus descripciones de la culpa persecutoria, junto con aquello que es sentido como un daño irreparable al objeto, parece centrarse cada vez más en el asesinato de los niños dentro de la madre. Él considera que la fantasía nuclear en la formación de las perversiones está dada por el asesinato de los bebés en el interior de la madre.
Meltzer propone crear una nueva metapsicología de las perversiones cuyo punto de partida es el de una organización narcisista infantil que asume el control de la personalidad y somete a la parte adulta y a los objetos buenos internos a una actitud pasiva de abandono y entrega, convirtiendo lo bueno en malo aunque conservando la apariencia de bueno. Distingue entre perversidad y perversión. La perversidad es un estado mental que forma parte del proceso total del funcionamiento de la mente; puede socializarse envolviendo a otras personas. En cambio, la perversión es siempre de contenido agresivo y destructivo recubierto de erotización.
En la teoría del Claustrum (1992) Meltzer plantea una manera nueva y original de entender la psicopatología psicoanalítica basada en la experiencia de las relaciones de objeto y su importancia en la constitución del carácter y en la génesis y evolución de los valores. La relación con el objeto y la percepción del mismo puede llevar dos derroteros muy distintos y de gran significación. El interior del objeto puede ser imaginado desde fuera del mismo (base del desarrollo normal del self) o puede ser invadido a través de la identificación proyectiva intrusiva. La consecuencia de habitar dicho espacio convierte al interior de este objeto interno en un Claustrum, que es el área propiamente dicha de los fenómenos mentales patológicos. El objeto-madre interno y su cuerpo tiende a
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construirse en la mente como organizado en tres grandes regiones que son tres ámbitos de emocionalidad bien diferenciados unos de otros: un ciclo de felicidad dentro de los pechos, un jardín de sexualidad y reproducción en los genitales y un infierno muy atractivo de perversidad y sadomasoquismo en su recto.
Veremos ahora cómo los valores se perciben y se trastocan dependiendo de la percepción imaginativa desde el exterior del objeto o como consecuencia de habitar dentro del recto, el territorio del sadomasoquismo. Los moradores de ese espacio rectal se introducen a través de la clandestinidad o por intermedio de la violencia que acompaña a la masturbación anal. Ese es un ámbito en el que se degrada la conducta, los conceptos y la capacidad de pensar como preludio para la acción. Una vez penetrado ese lugar, la verdad se transforma en algo irrefutable; la justicia en talión; la dedicación se trastoca en lealtad; la confianza en obediencia, la emoción es simulada por la excitación y la culpa y anhelo de castigo toman el lugar del arrepentimiento (cfr.: Meltzer, 1994, pág. 93).
La visión del mundo
Para describir los estados mentales es necesario disponer de todos los componentes metapsicológicos que hemos ido señalando hasta ahora. Para dicha descripción dos elementos son fundamentales: por un lado, la escena primaria y la función de la familia y, por el otro, el rol de la organización narcisista infantil. Ambos elementos mantienen una lucha ininterrumpida por establecer o el predominio del desarrollo o el de la involución, lucha que también puede ser nombrada como el conflicto entre las pulsiones de vida y de muerte. Por otro lado, la pugna contra la escena primaria puede estar regulada por dos amplios espectros emocionales: los que surgen de los celos (y que nos abrirían al terreno amplio de la normalidad-neurosis) y los que surgen de la intolerancia a todo vínculo y que desencadenan los frenéticos combates contra todo lo que tenga la función de vincular, acercándonos al terreno de los estados psicóticos y perversos. El sadomasoquismo nos muestra ese terreno donde la lucha contra la función vinculante, propia de la escena primaria, se torna más evidente. El estado mental sadomasoquista comparte con el neurótico el reconocimiento de la realidad de la escena primaria, y con el psicótico comparte el de alterarla, para –basándose en el negativismo- construir en el infierno un mundo mejor que en el cielo, al modo de Schreber que construyó un mundo
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mejor y más grande que el de la realidad. Es nuestra intención describir la visión del mundo o el estado mental del sujeto que, de modo ocasional o permanente, se compromete en esa tarea.
Una de las primeras y más destacables características del estado mental sadomasoquista es su infatigable e irrefrenable actividad: dedican su vida a “la causa”. En ese sentido son esencialmente manipuladores y el dominar y ganar son los valores que dirigen su accionar. En los grupos (sobre todo cuando la perversión sale del ámbito masturbatorio y necesita socializarse, para lo cual necesita conquistar adeptos) buscan convencer de que su mensaje es mejor que el de los padres. La base orgullosa infantil omnipotente de este planteo provoca inquietud cuando la arrogancia suplanta al orgullo; la arrogancia proclama que las confusiones zonales permiten placeres superiores, como ciertos travestis que pueden reivindicar que son más capaces que las mujeres para satisfacer al varón. Desde la identificación con objetos idealizados se sienten grandiosamente poderosos y además pretenden el poder para dominar la mente de los capturados; necesitan el poder para hacer emerger al sádico y así vengarse y humillar. La meta del sadomasoquismo se opone a la colaboración con los miembros de la familia pues no tolera que cada miembro se desarrolle en libertad. En realidad, para quienes funcionan así, no existe una comunidad de hombres libres sino que ven al mundo como un sistema jerárquico y cerrado en el cual existen categorías; consideran que esa organización es incuestionable y que lo único que se puede negociar es si el candidato tiene los méritos para acceder a una categoría. Como es muy importante que no se infiltre nadie en ese sistema se torna imperiosa la necesidad de crear leyes, reglamentos, recomendaciones, actas, historia del grupo, etc. para así poder vigilar a los súbditos de esa organización. Pero como es imposible estar en todos los sitios, aunque se lo desee, se intenta colocar embajadores, cónsules, delegados, amigos en todos los sitios; esto conlleva mucha actividad pues siempre está el peligro de que los embajadores se despisten y comiencen a pensar por sí mismos, entonces se torna necesario hablar continuamente con los enviados, para lo cual el teléfono puede convertirse en un aliado instrumental de primer orden. Pero como la lealtad y la obediencia nunca están garantizadas, habrá que trabajar para convencer, seducir, exhortar y, llegado el caso, amenazar, calumniar, desacreditar. Las técnicas para conseguir aliados son múltiples: desde conmover mostrándose como humilde trabajador desinteresado hasta ofrecer prebendas, cargos o beneficios económicos, o conmover presentándose como víctima incomprendida y postergada. La fascinación por el poder les consume la vida; pero el drama es que, si no continúan
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trabajando para que el sistema o la institución se mantengan, temen ser decapitados al quedar alejados de la protección del tirano, del padrino o del torturador. La estructura mafiosa del funcionamiento sadomasoquista se dedica a establecer el poder de “otra” familia, el de aquella familia que garantiza el culto entronizado del padre mafioso, ese torturador que tanto ama la obediencia. Ese lugar de culto puede ser ocupado por cualquier objeto parcial idealizado (una persona, una institución, una causa, etc.) En este estado mental dicho objeto parcial funciona como un pene hedonista y asesino que reclama todos los placeres para sí. Pero, en realidad, el mayor anhelo del sadomasoquista es gobernar la mente de todos, principalmente la de sus padres a los que odia y desea mantener separados en una relación fría y estéril.
Querríamos señalar la connotación anal del trono, tan amado y admirado por estas personas; en tal trono ejercen el poder sobre las heces significando al objeto-ajeno, al que retienen, expulsan, dosifican, etc. El placer masturbatorio derivado del ejercicio del dominio atrapa a estos sujetos en un sistema cerrado del que temen salir y que les dificulta el renunciar a los cargos. El temor reside en la creencia de que al abandonar la estructura mafiosa o tribal serían capturados por otro sistema semejante. Están convencidos de que no hay otro modo de vida que el del sistema jerárquico; en concordancia con esta creencia son obsecuentes, y suponen que el jefe velará por ellos; además, siguiendo esa lógica, intentarán crear adeptos obedientes y así se retroalimentará un circuito cerrado.
Otro recurso adecuado a estos fines es la pasividad. La pasividad como arma del masoquista, al igual que la seducción, son recursos para conseguir el poder, el dominio, la victoria, el triunfo sobre la fecundidad de los padres. Con la pasividad se intenta manejar al objeto y convertirlo en protagonista del drama y responsable final de la tragedia: “¡él lo mató!”. La víctima es el bebé, pues el hijo revela la relación de los padres. El paciente puede –estratégicamente- presentarse apagado o como si no tuviera sentimientos cuando, en realidad, se trata de una compleja organización que tiene como meta dirigir al objeto; un paciente decía: “Me gustan las mujeres pero hay que trabajar para conquistarlas y siempre son ellas las que deciden; en cambio, con hombres tú te quedas quieto y ellos hacen todo el trabajo y en cualquier momento puedes retirarte, porque son ellos los que están deseosos; quedándote quieto consigues que ellos se muevan”; esta comunicación verbal hallaba su correlación en la conducta silenciosa que adoptaba en la sesión con la que intentaba provocar preguntas e interpretaciones en el analista. Pero si el analista intervenía no tardaba el paciente en expresar: “Ud. no me
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deja pensar, ¿acaso tiene mucha prisa?”. No pretendemos analizar el deseo del paciente de ser el objeto de deseo de otro, sino sólo mostrar el interjuego entre ambos protagonistas. Si el analista o la pareja correspondiente anhelara funcionar como héroe salvador sería percibido como un mentiroso violador que pretende someter a la víctima. Esto va creando malos entendidos circulares que desconciertan a los héroes y excitan a los sadomasoquistas, hasta reiniciarse el ciclo una vez más. Cabe preguntarse el motivo de la repetición. El ciclo debe continuar para satisfacer la fantasía de que siempre se conseguirá alguien que esté interesado en golpear y, así, sostener la esperanza de que el bebé pueda ser asesinado. El asesino es siempre un intermediario. Pero en el drama puede brotar un inesperado peligro al existir una premisa falsa: la de creer que se controla la mente del otro, y puede suceder que la pareja que se haya encontrado sea un psicópata que termine asesinando al masoquista, en lugar del bebé. El drama se transformó, así, en tragedia. Aunque siempre cabe la posibilidad de racionalizarlo como “amor hasta la muerte”.
Este funcionamiento que venimos describiendo puede ser encontrado en gradaciones muy diversas en distintos casos y ámbitos, por ejemplo, en pacientes inmaduros y no necesariamente perversos, en ciertas familias, instituciones, partidos políticos, en los grupos mafiosos, en las relaciones sexuales sadomasoquistas, etc. En estas últimas se escenifica con excitación los diversos componentes de este sistema: relación amo-esclavo, dominio, obediencia, degradación del pensamiento, exaltación del erotismo anal, etc.
Queríamos, ahora, destacar otro aspecto narcisista omnipotente en la relación sadomasoquista; nos referimos a la expectativa narcisista de llegar a ocupar todo el espacio de la mente del otro. El deseo sería hacer desaparecer a los integrantes de la familia interna y conseguir luego que cada uno de los miembros de la pareja sadomasoquista sea el único huésped del espacio interno del otro. ¡Sólo tú y yo! Una vez logrado el desalojo de terceros, sobrevienen las demandas y las pruebas de amor exclusivo y absoluto, que puede ser formulado como lo hacían unos amantes ocasionales: “si me amas, ve, roba y tráeme coca y heroína”, o como los amantes de El último tango en París que proponían comer una rata como prueba de amor. La fascinación tanática de fondo es la destrucción de la creatividad del vínculo, que remite a la fuente: la fecundidad parental; lejos de generar vida la propuesta adquiere formas tales como: “si me amas, entonces mátate”.
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Matar, siempre es la fantasía de asesinar para establecer una relación dual que excluya al tercero, ese bebé que proclama la fecundidad. El deseo omnipresente es el de controlar, transformar, alterar, destruir la escena primaria. Ya lo clamaba Segismundo –en La Vida es Sueño- que “el mayor delito del hombre es haber nacido”. El delito es nacer, porque eso revela la fecundidad de la pareja parental. El drama ha de ser trágico. Pero el asesino será perseguido a su vez. El Rey Basilio amenazado, encierra a su hijo Segismundo y éste amenaza a Rosaura -“Muerte aquí te daré”-. Si hubo daño se ha de pagar. Si el perverso ha captado un adepto al mundo jerárquico, automáticamente habrá de temer que el súbdito se convierta en tirano y lo someta; la persecución se retroalimenta con cada nuevo habitante incorporado. Interesa saber ¿quién es el jefe?, ¿quién está sentado en el trono? No se puede abandonar la cima de la pirámide porque se tiene la certeza de la venganza. Debajo de la ley taliónica (Ex., 21) subyace la creencia de que la venganza anula el agravio y así se hace justicia; esta creencia proyectada en ciertas sociedades contribuiría a la justificación de la pena de muerte. El perdonar después de la revancha es un principio que no sólo rige en las sociedades tribales o mafiosas. La creencia de que el castigo hará modificar la conducta es un principio vigente en las sociedades; esta mentalidad autoritaria y restrictiva considera que el castigo hace bien. El substrato aristocrático de esta concepción es: quien manda o domina, tiene razón. Esto trasciende hacia la creencia (idealizada) en las leyes, al punto de afirmar: “si es legal es moral”. En el sistema jerárquico no se admite el rechazo a las leyes inmorales. Cuando las leyes adquieren tal relevancia lo que se pretende es fomentar la obediencia, y convertir al sujeto en objeto de uso. Es un modelo en donde el sádico pide obediencia mientras el masoquista ama al que lo obliga.
He aquí el círculo ampliado de la visión del mundo sadomasoquista: jerarquía, tiranía, obediencia, venganza, persecución. En ese círculo no existe espacio para el perdón ni el olvido; la única gratificación es la excitación, la sensualidad de la excitación ligada a la persecución, que impide reconocer la realidad, pensar y crear significados. La incapacidad de crear significados radica en que estas personas “experimentan dolor, pero no sufrimiento”, porque sufrir implica “respeto por el hecho del dolor, sea propio o ajeno”, es decir reconocer la experiencia y su significado. Estos sujetos se defienden erotizando el dolor que “se inflige o se acepta pero no se sufre” (Bion, 1974, págs. 23-24). Atrapado en un circuito cerrado de persecución regido por la ley taliónica en el que rige el “joder o que te jodan” –como decía un paciente-, el sentir la persecución permite reconocerse vivo y amado, según la lógica siguiente: “si no me mató, entonces me 8
ama”. La excitación sensual tendría el matiz de defensa maníaca frente a la persecución, ¡hasta que la muerte nos separe!
Cuando la excitación de la persecución impide la salida al mundo externo nos estamos enfrentando al estado mental de una persona que tiene el centro de gravedad de su identidad residiendo en el compartimento rectal de un objeto interno. En ese caso se habría avanzado un paso más en la carrera jerárquica y se estaría más comprometido en la colaboración con el tirano, el pene fecal, organizador del mundo claustrofóbico sadomasoquista. Aquí el colaborador tendrá las prebendas de brutalizar a los novicios, sabiendo que –al igual que los reclutas- habrá de estar siempre dispuesto a satisfacer al torturador o tirano. El lugarteniente, el colaborador está atrapado, pues, en un mundo aislado, excluido de toda relación íntima, pendiente de complacer al tirano, al padrino y, al mismo tiempo, temeroso de los novicios, de los reclutas. La temperatura de la persecución y del terror ha aumentado un grado más en esa mazmorra. Su única meta es la de sobrevivir, disimular y desear que cuando llegue el turno de la brutalización, ésta no sea mortal. Cuando el terror se torna insostenible fantaseará con su suicidio como única liberación y, al mismo tiempo, formulará un despechado reproche al frío y desalmado torturador: “Yo que te quise tanto...”
Hemos realizado una presentación de la visión del mundo sadomasoquista donde los valores son alterados con dedicación y el cinismo conquista el territorio devastado. Sólo el análisis de la confusión puede evitar que la sensualidad triunfe sobre el significado.
Bibliografía:
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Etchegoyen, H. Arensburg, B. (1977), Estudios de clínica psicoanalítica sobre la sexualidad, Bs. As, Nueva Visión.
Freud, S. (1905), Tres ensayos de teoría sexual. Obras completas, vol.7. Bs As, Amorrortu editores, 1996.
Freud, S. (1915), Pulsiones y destinos de pulsión, Obras completas, vol. 14. Bs. As, Amorrortu editores, 1993.
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Green, A. y otros. (1986), La pulsión de muerte, Bs. As., Amorrortu editores, 1998.
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