Perla
Ducach y Carlos Tabbia
(La idea de este trabajo surgió de las observaciones
recogidas de nuestros pacientes, especialmente aquellos que presentaban una
problemática sadomasoquista. En ellos se apreciaba una particular concepción
del mundo y un controvertido sistema de valores.
The values system
of sado-masochism: the fascination for power, revenge and survival. The idea for this
work came from observing our patients, especially those who presented
sado-masochistic problems. We noted in these patients a particular concept of
the world and a controversial system of values.)
“Uno no puede apartar de sí la impresión de que los
seres humanos suelen aplicar falsos raseros; poder, éxito y riqueza es lo que
pretenden para sí y lo que admiran en otros, menospreciando los verdaderos
valores de la vida.”
Freud (1930 [1929] )
En
este trabajo presentaremos en progresivas descripciones el estado emocional del
sujeto atrapado en una visión del mundo sadomasoquista. Una sucinta
introducción teórica servirá para establecer el marco dentro del cual
presentaremos el sistema de valores del sadomasoquismo.
Freud
afirma en Tres Ensayos de Teoría Sexual (1905) que la sexualidad humana
es un fenómeno complejo; considera que hay muchas formas de tránsito entre la
sexualidad normal y la perversa, ya que ambas tienen una fuente común que es la
sexualidad infantil. El rasgo más importante y sorprendente de la sexualidad
infantil es el hecho de que está dirigida hacia los padres, lo cual
significa que el Complejo de Edipo ocupa un lugar central en este
descubrimiento.
En Pulsiones
y destinos de pulsión (1915), el masoquismo se explica a través del modelo
energético pulsional. Las cualidades de las pulsiones se presentan en pares:
actividad-pasividad, sadismo-masoquismo, etc. y así, mediante la transformación
en lo contrario, la pulsión sádica puede mudarse en masoquista. Posteriormente
en el trabajo Sobre las trasposiciones de la pulsión, en particular del
erotismo anal (1917), vemos
* Publicado en: Más allá del Principio
del Placer. Sobre el masoquismo, el desinvestimiento y la destructividad. GRADIVA,
Barcelona, 2003, pp. 54-61 con el título “Sistemas de valores del
sadomasoquismo. La fascinación por el poder, la ley de Talión y la
supervivencia”.
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un
abandono del principio energético en beneficio del manejo del sentido y
significación en la fantasía de la relación del ano y recto con la materia
fecal.
El
enfoque del sadomasoquismo cambia radicalmente en Pegan a un niño (1919).
Freud investiga en este trabajo las transformaciones de esta fantasía y
se interroga acerca del significado de la misma. Surge entonces la
relación entre la fantasía y el masoquismo, el “niño que está siendo golpeado”
no es otro que el paciente mismo o, dicho de otro modo: donde encontremos
masoquismo también se habrá de encontrar la fantasía de que “un niño está
siendo azotado”. La transformación de esta fantasía atraviesa varios estadios
comenzando por: “están pegando a un niño”, hasta culminar en: “soy amado por mi
padre porque me está golpeando”.
Meltzer
reúne estas fantasías con las proposiciones expuestas por Freud en el caso del
Hombre de los Lobos a propósito del acto de copulación con un niño que se
encuentra dentro del cuerpo de la madre; así, el masoquismo transitaría entre
las siguientes premisas: en lugar de “mi padre copulando con aquel niño” o “mi
padre golpeando a aquel niño”; concluiría en: ”yo soy aquel niño y estoy siendo
copulado por mi padre dentro de mi madre de forma tan dolorosa porque me ama”.
(Meltzer, 1990)
En Más
allá del principio del placer (1920) Freud incorpora un lugar para la
destructividad primaria como fuerza pulsional que incluye la crueldad, la
violencia, el sadomasoquismo y la perversidad. El problema económico del
masoquismo (1924) parte de la teoría de las dos pulsiones. La pulsión de
vida o Eros orienta a la pulsión de muerte hacia el exterior con la ayuda del
sistema muscular. El sadismo será un derivado de la pulsión de muerte
modificado por obra de la libido. Otra parte de la pulsión de muerte no se
vuelca hacia el exterior y persiste fijada libidinosamente para constituir el
masoquismo primitivo erógeno que puede reforzarse por una nueva vuelta del
sadismo hacia dentro, conformando el masoquismo secundario.
Melanie
Klein, en su trabajo fundamentalmente con niños, centraba su atención en las relaciones
de amor y odio, en primer término vinculadas a la madre y posteriormente al
padre. También estudiaba los modos en que la incertidumbre acerca de la bondad
o maldad de estos objetos generaban ansiedad.
El
proceso descrito como escisión e idealización, que Klein sitúa en los primeros
meses de vida, sienta las bases para la diferenciación entre bueno y malo y,
por tanto, las categorías éticas de lo bueno y de lo malo en el self y
en los objetos.
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Klein
propone la relación del yo con el superyó como el fundamento del valor y a
partir de la descripción de las relaciones de objeto en el mundo interno
establece dos sistemas diferentes de valores: los de la posición
esquizoparanoide y los de la posición depresiva.
La
posición esquizoparanoide se rige por un sistema de valores que gobierna
las relaciones entre el self y los objetos internos en sus formas más
primitivas; el self se preocupa sobre todo por su salvación, su propio
bienestar, seguridad, etc. La posición depresiva representa un gran cambio con respecto
a los valores, en la medida en que el self se interesa en primer término
por el bienestar del objeto.
Los
pacientes en los que la escisión e idealización primaria es inadecuada, el
masoquismo se les manifiesta fácilmente, ya que no pueden distinguir entre
bueno y malo. Tienen dificultad para diferenciar un dolor causado por un objeto
malo, de aquel que puede derivar de un objeto bueno; la distinción es precaria
o muy confusa.
Meltzer
piensa que Klein en sus descripciones de la culpa persecutoria, junto con
aquello que es sentido como un daño irreparable al objeto, parece centrarse
cada vez más en el asesinato de los niños dentro de la madre. Él considera que
la fantasía nuclear en la formación de las perversiones está dada por el
asesinato de los bebés en el interior de la madre.
Meltzer
propone crear una nueva metapsicología de las perversiones cuyo punto de
partida es el de una organización narcisista infantil que asume el control de
la personalidad y somete a la parte adulta y a los objetos buenos internos a
una actitud pasiva de abandono y entrega, convirtiendo lo bueno en malo
aunque conservando la apariencia de bueno. Distingue entre perversidad y
perversión. La perversidad es un estado mental que forma parte del
proceso total del funcionamiento de la mente; puede socializarse envolviendo a
otras personas. En cambio, la perversión es siempre de contenido agresivo y
destructivo recubierto de erotización.
En la
teoría del Claustrum (1992) Meltzer plantea una manera nueva y original
de entender la psicopatología psicoanalítica basada en la experiencia de las
relaciones de objeto y su importancia en la constitución del carácter y en la
génesis y evolución de los valores. La relación con el objeto y la percepción
del mismo puede llevar dos derroteros muy distintos y de gran significación. El
interior del objeto puede ser imaginado desde fuera del mismo (base del
desarrollo normal del self) o puede ser invadido a través de la
identificación proyectiva intrusiva. La consecuencia de habitar dicho espacio convierte
al interior de este objeto interno en un Claustrum, que es el área propiamente
dicha de los fenómenos mentales patológicos. El objeto-madre interno y su
cuerpo tiende a
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construirse
en la mente como organizado en tres grandes regiones que son tres ámbitos de
emocionalidad bien diferenciados unos de otros: un ciclo de felicidad dentro de
los pechos, un jardín de sexualidad y reproducción en los genitales y un
infierno muy atractivo de perversidad y sadomasoquismo en su recto.
Veremos
ahora cómo los valores se perciben y se trastocan dependiendo de la percepción
imaginativa desde el exterior del objeto o como consecuencia de habitar dentro
del recto, el territorio del sadomasoquismo. Los moradores de ese espacio
rectal se introducen a través de la clandestinidad o por intermedio de la
violencia que acompaña a la masturbación anal. Ese es un ámbito en el que se degrada
la conducta, los conceptos y la capacidad de pensar como preludio para la
acción. Una vez penetrado ese lugar, la verdad se transforma en algo
irrefutable; la justicia en talión; la dedicación se trastoca en lealtad;
la confianza en obediencia, la emoción es simulada por la excitación y
la culpa y anhelo de castigo toman el lugar del arrepentimiento (cfr.:
Meltzer, 1994, pág. 93).
La
visión del mundo
Para
describir los estados mentales es necesario disponer de todos los componentes
metapsicológicos que hemos ido señalando hasta ahora. Para dicha descripción
dos elementos son fundamentales: por un lado, la escena primaria y la función
de la familia y, por el otro, el rol de la organización narcisista infantil.
Ambos elementos mantienen una lucha ininterrumpida por establecer o el
predominio del desarrollo o el de la involución, lucha que también puede ser
nombrada como el conflicto entre las pulsiones de vida y de muerte. Por otro
lado, la pugna contra la escena primaria puede estar regulada por dos amplios
espectros emocionales: los que surgen de los celos (y que nos abrirían al
terreno amplio de la normalidad-neurosis) y los que surgen de la intolerancia a
todo vínculo y que desencadenan los frenéticos combates contra todo lo que
tenga la función de vincular, acercándonos al terreno de los estados psicóticos
y perversos. El sadomasoquismo nos muestra ese terreno donde la lucha contra la
función vinculante, propia de la escena primaria, se torna más evidente. El
estado mental sadomasoquista comparte con el neurótico el reconocimiento de la
realidad de la escena primaria, y con el psicótico comparte el de alterarla,
para –basándose en el negativismo- construir en el infierno un mundo mejor que
en el cielo, al modo de Schreber que construyó un mundo
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mejor
y más grande que el de la realidad. Es nuestra intención describir la visión
del mundo o el estado mental del sujeto que, de modo ocasional o permanente, se
compromete en esa tarea.
Una
de las primeras y más destacables características del estado mental
sadomasoquista es su infatigable e irrefrenable actividad: dedican su
vida a “la causa”. En ese sentido son esencialmente manipuladores y el dominar
y ganar son los valores que dirigen su accionar. En los grupos (sobre todo
cuando la perversión sale del ámbito masturbatorio y necesita socializarse,
para lo cual necesita conquistar adeptos) buscan convencer de que su mensaje es
mejor que el de los padres. La base orgullosa infantil omnipotente de este
planteo provoca inquietud cuando la arrogancia suplanta al orgullo; la
arrogancia proclama que las confusiones zonales permiten placeres superiores,
como ciertos travestis que pueden reivindicar que son más capaces que las
mujeres para satisfacer al varón. Desde la identificación con objetos
idealizados se sienten grandiosamente poderosos y además pretenden el poder para
dominar la mente de los capturados; necesitan el poder para hacer emerger al
sádico y así vengarse y humillar. La meta del sadomasoquismo se opone a
la colaboración con los miembros de la familia pues no tolera que cada miembro
se desarrolle en libertad. En realidad, para quienes funcionan así, no existe
una comunidad de hombres libres sino que ven al mundo como un sistema
jerárquico y cerrado en el cual existen categorías; consideran que esa
organización es incuestionable y que lo único que se puede negociar es si el
candidato tiene los méritos para acceder a una categoría. Como es muy importante
que no se infiltre nadie en ese sistema se torna imperiosa la necesidad de
crear leyes, reglamentos, recomendaciones, actas, historia del grupo, etc. para
así poder vigilar a los súbditos de esa organización. Pero como es imposible
estar en todos los sitios, aunque se lo desee, se intenta colocar embajadores,
cónsules, delegados, amigos en todos los sitios; esto conlleva mucha actividad
pues siempre está el peligro de que los embajadores se despisten y comiencen a
pensar por sí mismos, entonces se torna necesario hablar continuamente con los
enviados, para lo cual el teléfono puede convertirse en un aliado instrumental
de primer orden. Pero como la lealtad y la obediencia nunca están
garantizadas, habrá que trabajar para convencer, seducir, exhortar y, llegado
el caso, amenazar, calumniar, desacreditar. Las técnicas para conseguir aliados
son múltiples: desde conmover mostrándose como humilde trabajador desinteresado
hasta ofrecer prebendas, cargos o beneficios económicos, o conmover
presentándose como víctima incomprendida y postergada. La fascinación
por el poder les consume la vida; pero el drama es que, si no continúan
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trabajando
para que el sistema o la institución se mantengan, temen ser decapitados al
quedar alejados de la protección del tirano, del padrino o del torturador. La
estructura mafiosa del funcionamiento sadomasoquista se dedica a establecer el
poder de “otra” familia, el de aquella familia que garantiza el culto
entronizado del padre mafioso, ese torturador que tanto ama la obediencia. Ese
lugar de culto puede ser ocupado por cualquier objeto parcial idealizado (una
persona, una institución, una causa, etc.) En este estado mental dicho objeto
parcial funciona como un pene hedonista y asesino que reclama todos los
placeres para sí. Pero, en realidad, el mayor anhelo del sadomasoquista es
gobernar la mente de todos, principalmente la de sus padres a los que odia y
desea mantener separados en una relación fría y estéril.
Querríamos
señalar la connotación anal del trono, tan amado y admirado por estas
personas; en tal trono ejercen el poder sobre las heces significando al
objeto-ajeno, al que retienen, expulsan, dosifican, etc. El placer
masturbatorio derivado del ejercicio del dominio atrapa a estos sujetos en un
sistema cerrado del que temen salir y que les dificulta el renunciar a los
cargos. El temor reside en la creencia de que al abandonar la estructura
mafiosa o tribal serían capturados por otro sistema semejante. Están
convencidos de que no hay otro modo de vida que el del sistema jerárquico; en
concordancia con esta creencia son obsecuentes, y suponen que el jefe velará
por ellos; además, siguiendo esa lógica, intentarán crear adeptos obedientes y
así se retroalimentará un circuito cerrado.
Otro
recurso adecuado a estos fines es la pasividad. La pasividad como arma
del masoquista, al igual que la seducción, son recursos para conseguir el
poder, el dominio, la victoria, el triunfo sobre la fecundidad de los padres.
Con la pasividad se intenta manejar al objeto y convertirlo en protagonista del
drama y responsable final de la tragedia: “¡él lo mató!”. La víctima es
el bebé, pues el hijo revela la relación de los padres. El paciente puede
–estratégicamente- presentarse apagado o como si no tuviera sentimientos
cuando, en realidad, se trata de una compleja organización que tiene como meta
dirigir al objeto; un paciente decía: “Me gustan las mujeres pero hay que
trabajar para conquistarlas y siempre son ellas las que deciden; en cambio, con
hombres tú te quedas quieto y ellos hacen todo el trabajo y en cualquier
momento puedes retirarte, porque son ellos los que están deseosos; quedándote
quieto consigues que ellos se muevan”; esta comunicación verbal hallaba su
correlación en la conducta silenciosa que adoptaba en la sesión con la que intentaba
provocar preguntas e interpretaciones en el analista. Pero si el analista
intervenía no tardaba el paciente en expresar: “Ud. no me
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deja
pensar, ¿acaso tiene mucha prisa?”. No pretendemos analizar el deseo del
paciente de ser el objeto de deseo de otro, sino sólo mostrar el interjuego
entre ambos protagonistas. Si el analista o la pareja correspondiente anhelara
funcionar como héroe salvador sería percibido como un mentiroso violador que
pretende someter a la víctima. Esto va creando malos entendidos circulares que
desconciertan a los héroes y excitan a los sadomasoquistas, hasta reiniciarse
el ciclo una vez más. Cabe preguntarse el motivo de la repetición. El ciclo
debe continuar para satisfacer la fantasía de que siempre se conseguirá alguien
que esté interesado en golpear y, así, sostener la esperanza de que el bebé
pueda ser asesinado. El asesino es siempre un intermediario. Pero en el drama
puede brotar un inesperado peligro al existir una premisa falsa: la de creer
que se controla la mente del otro, y puede suceder que la pareja que se haya
encontrado sea un psicópata que termine asesinando al masoquista, en lugar del
bebé. El drama se transformó, así, en tragedia. Aunque siempre cabe la
posibilidad de racionalizarlo como “amor hasta la muerte”.
Este
funcionamiento que venimos describiendo puede ser encontrado en gradaciones muy
diversas en distintos casos y ámbitos, por ejemplo, en pacientes inmaduros y no
necesariamente perversos, en ciertas familias, instituciones, partidos
políticos, en los grupos mafiosos, en las relaciones sexuales sadomasoquistas,
etc. En estas últimas se escenifica con excitación los diversos componentes de
este sistema: relación amo-esclavo, dominio, obediencia, degradación del
pensamiento, exaltación del erotismo anal, etc.
Queríamos,
ahora, destacar otro aspecto narcisista omnipotente en la relación
sadomasoquista; nos referimos a la expectativa narcisista de llegar a ocupar
todo el espacio de la mente del otro. El deseo sería hacer desaparecer a los
integrantes de la familia interna y conseguir luego que cada uno de los
miembros de la pareja sadomasoquista sea el único huésped del espacio interno
del otro. ¡Sólo tú y yo! Una vez logrado el desalojo de terceros, sobrevienen
las demandas y las pruebas de amor exclusivo y absoluto, que puede ser
formulado como lo hacían unos amantes ocasionales: “si me amas, ve, roba y
tráeme coca y heroína”, o como los amantes de El último tango en París que
proponían comer una rata como prueba de amor. La fascinación tanática de fondo
es la destrucción de la creatividad del vínculo, que remite a la fuente: la
fecundidad parental; lejos de generar vida la propuesta adquiere formas tales
como: “si me amas, entonces mátate”.
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Matar,
siempre es la fantasía de asesinar para establecer una relación dual que
excluya al tercero, ese bebé que proclama la fecundidad. El deseo omnipresente
es el de controlar, transformar, alterar, destruir la escena primaria. Ya lo
clamaba Segismundo –en La Vida
es Sueño- que “el mayor delito del hombre es haber nacido”. El delito es
nacer, porque eso revela la fecundidad de la pareja parental. El drama ha de
ser trágico. Pero el asesino será perseguido a su vez. El Rey Basilio
amenazado, encierra a su hijo Segismundo y éste amenaza a Rosaura -“Muerte aquí
te daré”-. Si hubo daño se ha de pagar. Si el perverso ha captado un adepto al
mundo jerárquico, automáticamente habrá de temer que el súbdito se convierta en
tirano y lo someta; la persecución se retroalimenta con cada nuevo habitante
incorporado. Interesa saber ¿quién es el jefe?, ¿quién está sentado en el
trono? No se puede abandonar la cima de la pirámide porque se tiene la certeza
de la venganza. Debajo de la ley taliónica (Ex., 21) subyace la creencia
de que la venganza anula el agravio y así se hace justicia; esta
creencia proyectada en ciertas sociedades contribuiría a la justificación de la
pena de muerte. El perdonar después de la revancha es un principio que
no sólo rige en las sociedades tribales o mafiosas. La creencia de que el
castigo hará modificar la conducta es un principio vigente en las sociedades;
esta mentalidad autoritaria y restrictiva considera que el castigo hace bien.
El substrato aristocrático de esta concepción es: quien manda o domina, tiene
razón. Esto trasciende hacia la creencia (idealizada) en las leyes, al punto de
afirmar: “si es legal es moral”. En el sistema jerárquico no se admite el
rechazo a las leyes inmorales. Cuando las leyes adquieren tal relevancia lo que
se pretende es fomentar la obediencia, y convertir al sujeto en objeto de
uso. Es un modelo en donde el sádico pide obediencia mientras el masoquista ama
al que lo obliga.
He
aquí el círculo ampliado de la visión del mundo sadomasoquista: jerarquía,
tiranía, obediencia, venganza, persecución. En ese círculo no existe espacio para
el perdón ni el olvido; la única gratificación es la excitación,
la sensualidad de la excitación ligada a la persecución, que impide
reconocer la realidad, pensar y crear significados. La
incapacidad de crear significados radica en que estas personas “experimentan
dolor, pero no sufrimiento”, porque sufrir implica “respeto por el hecho del
dolor, sea propio o ajeno”, es decir reconocer la experiencia y su significado.
Estos sujetos se defienden erotizando el dolor que “se inflige o se acepta pero
no se sufre” (Bion, 1974, págs. 23-24). Atrapado en un circuito cerrado de
persecución regido por la ley taliónica en el que rige el “joder o que te
jodan” –como decía un paciente-, el sentir la persecución permite reconocerse
vivo y amado, según la lógica siguiente: “si no me mató, entonces me 8
ama”.
La excitación sensual tendría el matiz de defensa maníaca frente a la
persecución, ¡hasta que la muerte nos separe!
Cuando
la excitación de la persecución impide la salida al mundo externo nos estamos
enfrentando al estado mental de una persona que tiene el centro de gravedad de
su identidad residiendo en el compartimento rectal de un objeto interno. En ese
caso se habría avanzado un paso más en la carrera jerárquica y se estaría más
comprometido en la colaboración con el tirano, el pene fecal, organizador del
mundo claustrofóbico sadomasoquista. Aquí el colaborador tendrá las prebendas
de brutalizar a los novicios, sabiendo que –al igual que los reclutas- habrá de
estar siempre dispuesto a satisfacer al torturador o tirano. El lugarteniente,
el colaborador está atrapado, pues, en un mundo aislado, excluido de toda
relación íntima, pendiente de complacer al tirano, al padrino y, al mismo
tiempo, temeroso de los novicios, de los reclutas. La temperatura de la persecución
y del terror ha aumentado un grado más en esa mazmorra. Su única meta es la de sobrevivir,
disimular y desear que cuando llegue el turno de la brutalización, ésta
no sea mortal. Cuando el terror se torna insostenible fantaseará con su
suicidio como única liberación y, al mismo tiempo, formulará un despechado
reproche al frío y desalmado torturador: “Yo que te quise tanto...”
Hemos
realizado una presentación de la visión del mundo sadomasoquista donde los
valores son alterados con dedicación y el cinismo conquista el territorio
devastado. Sólo el análisis de la confusión puede evitar que la sensualidad
triunfe sobre el significado.
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